El triple mensaje chino
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Frente a los rumores y especulaciones en torno a la presunta crisis de la economía china debido a su “bajo” ritmo de crecimiento (7,4% en 2014), el primer mensaje que han transmitido las sesiones macroparlamentarias que cada marzo se reúnen en la capital china, conocidas como lianghui, es que, por el contrario, es el momento de acelerar el paso. Esto no quiere decir que la economía china vaya a crecer nuevamente a ritmos de dos dígitos sino que se rebajará el objetivo de crecimiento lo suficiente (en torno al 7%) para realizar los ajustes estructurales indispensables que permitan dar paso al nuevo modelo de desarrollo, que debe incorporar las dimensiones que hasta ahora han permanecido en segundo plano: ambiente, justicia social, innovación...
Pero no se trata solo de economía, sino también de política, afectando las mudanzas propuestas a tono con las decisiones del XVIII Congreso del PCCh (2012) a concepciones elementales de la gobernanza: ampliando la llamada democracia consultiva, promoviendo la desconcentración administrativa muy especialmente en el área económica, favoreciendo la independencia judicial, multiplicando los canales de la iniciativa legislativa, etc.
Todo ello implica un salto cualitativo en el largo proceso de modernización del país que de lo económico a otras áreas propiciaría una dimensión integral de la reforma.
El segundo mensaje, seguiremos avanzando por nuestro propio camino. Aunque las autoridades chinas asocien sus nuevas consignas a lugares comunes en Occidente, ya hablemos del imperio de la ley, el Estado de derecho, etc., la principal singularidad de este proceso radica en que no afectará a la estructura fundamental del sistema político, que seguirá incólume, especialmente al Partido Comunista y su concepción del Estado cuyo principal empeño será la regeneración de sus propias filas a través del combate a la corrupción y su transformación de un partido dirigente en un partido, sin merma de lo anterior, al servicio de los ciudadanos.
El tercer mensaje, plena convicción con la mirada puesta en 2020, cuando la aspiración de construir una sociedad acomodada, ambicionada a finales de los años setenta del siglo pasado, se pueda materializar en un país a la vez fuerte y poderoso, firmemente asentado en el epicentro del sistema internacional. Tal es la hoja de ruta oficial para el próximo lustro, un periodo clave para culminar una modernización que tiene como valor añadido e inseparable el rechazo, cada vez más pronunciado, de la occidentalización política.
¿Acusará recibo la sociedad china de este triple mensaje? Más allá de la simpatía cívica que pueda generar la lucha contra la corrupción, lo que la sociedad aspira, sobre todo, es a recoger los frutos del ingente esfuerzo llevado a cabo en las décadas precedentes en las que el proceso de acumulación de riqueza en el país supuso un elevado coste en materia de derechos elementales. Ese esfuerzo ha beneficiado sobre todo a ciertas elites burocráticas generando altas dosis de desigualdad e injusticia que ahora exigen una corrección impostergable. De nada valdrá tanta retórica si en los próximos años no mejoran las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población china.
¿Acusará recibo el mundo? La actual fase de desarrollo chino y las capacidades generadas en las últimas décadas coexisten con un mundo en crisis. La posibilidad de influir desde el exterior en China es decreciente mientras que a la inversa, la de China en el mundo, solo ha comenzado y se expandirá de forma notable en los próximos años no solo a través de la multiplicación de inversiones sino del ejercicio de una mayor influencia política.
Xulio Ríos.
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